...durante semanas, cuando el feroz lobo alzaba su llanto al viento, la niña iluminaba el universo con su sonrisa de zafiros, lo que hacía que su fiel acompañante cayese rendido a sus pies al instante y así se mantuviese en su eterno viaje por las estrellas. Pero llegaba el alba y con ella la rutina, y la chiquilla seguía conservando su hermosa sonrisa, algo que inquietaba al niño, y mucho. Él se preguntaba cual era la razón de que siempre estuviese así, y le preocupaba que por muy lejos que él se hallase el resplandor de los zafiros seguía dejándolo ciego. ¿Le importaba a ella su amistad? ¿De verdad amaba viajar de su mano por las estrellas? ¿Por qué ella mostraba los diamantes mientras él lloraba el no poder estar a su lado? Entonces el niño comenzó a cavilar durante semanas, día tras día y noche tras noche; sin darse cuenta de que cada vez que el sol se agachaba tras las montañas él tenía una cita con las estrellas…y con ella. Dejó de importarle su compañía cada noche en el universo y sentía la necesidad de tenerla entre sus brazos durante su estancia en la tierra. La sonrisa de la chiquilla comenzó a apagarse poco a poco en aquellos viajes, mas en el cole seguía tan resplandeciente como siempre. Las dudas asaltaron al niño y no paraba de pensar en ello, no quería viajar más, sino que quería abrazarla. Así que, cuando una noche estaban volando por el cielo infinito, él soltó la mano de la niña a la que siempre había permanecido agarrado, a la que cada noche había abrazado sin darse cuenta, con la que había logrado ser feliz… Desde entonces, la chiquilla vaga perdida en un infinito universo buscando esos zafiros que dejó escondidos en el corazón del niño. Y, cuando amanece, la joven vuelve a clase con sus amigas y se lo pasa genial, ya que todo no ha sido nada más que un sueño de dos soñadores…
lunes, 9 de marzo de 2009
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